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El tracto gastrointestinal de los animales domésticos se encuentra densamente poblado por una compleja comunidad de microrganismos compuesta por bacterias, protozoos, hongos, arqueas y virus. Múltiples especies de Bacillus, habitantes comunes en el intestino, han cobrado relevancia debido a sus efectos benéficos sobre el animal.

Estos microorganismos tienen la capacidad de producir una amplia variedad de enzimas extracelulares (como amilasa, proteasa, lipasa, fitasa, celulasa y xilanasa) que promueven la fermentación de polisacáridos no amiláceos (Latorre et al., 2016), la síntesis de vitaminas, la bioinactivación de componentes tóxicos a residuo no tóxicos, la estimulación del sistema inmune, el mantenimiento de la peristalsis intestinal, la integridad de la mucosa intestinal y desempeñan un rol de barrera frente a la colonización de microorganismos patógenos (Figura 1).

Los probióticos surgen a partir de la identificación de los efectos benéficos de los microorganismos vivos, los cuales son administrados regularmente como una estrategia de modulación del microbioma para el mantenimiento de la homeostasis intestinal (Chaucheyras-Durand. y Durand, 2010). Las principales características deseadas de estos microorganismos es que promuevan la salud y el rendimiento productivo, siendo estables a través del tiempo, resistentes a las altas temperaturas que caracterizan el proceso de producción del alimento, estables frente a las condiciones propias del sistema de producción y al ambiente intestinal (Figura 2) (Ezema, 2013).